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El presente perfecto: guardería que funciona dentro de una residencia de ancianos

17 de octubre de 2023

El presente perfecto: guardería que funciona dentro de una residencia de ancianos

Todo lo que hay en nuestra psicología está diseñado para mantenernos conectados con otros, tenemos partes de nuestros cerebros que están diseñados a responder puramente a señales no verbales de otras personas…

En alguna ocasión, Bruce Perry, neurocientífico estadounidense con un amplio conocimiento en trauma infantil, llegó a explicar que la empatía, esta maravillosa capacidad de amar y compartir, es aquello que nos hace humanos. Para él, es este valor básico el que nos permite buscar y crear vínculos íntimos con otras personas.

Sin embargo, nuestros sistemas educativos inhiben el desarrollo de la empatía y fomentan el desarrollo de la intelectualidad: “Por ejemplo, pasamos a las siguientes generaciones el énfasis de enseñar matemáticas –pero no música… No nos importa si cada uno aprende a leer o a interpretar música o no, pero tienen que hacer aritmética… Tenemos una extensa lista de reglas para aprender a manejar, ¡pero no tenemos ni una pista acerca de cómo criar a un niño!”

Dentro de los modelos de la crianza de los niños, la educación y la construcción de comunidades es fundamental la falta de respeto a los dos regalos (biológicos) más importantes de nuestra especie: la maleabilidad fundamental del cerebro humano en las primeras etapas de la vida, y la naturaleza de relacionarse empáticamente con otros seres humanos. Las consecuencias son evidentes: “somos más vulnerables a enfermedades mentales, físicos y conginitvos así como a problemas sociales.” De hecho, MD Perry explica que los seres humanos están hechos neurobiológicamente para conectarse con otros con el fin de sobrevivir:

“Los seres humanos son criaturas biológicas con regalos genéticos… La única manera en que sobrevivamos es a través del vínculo, de relaciones colaborativas… Los seres humanos están neurobiológicamente hechos para conectarse con otros: para vivir, trabajar, cazar, jugar, inventar y morir en grupos. Usamos mucho la palabra “independencia” –pero la realidad es que no hay ni un solo humano en este planeta que haya sido completamente independiente. Todo lo que hay en nuestra psicología está diseñado para mantenernos conectados con otros, tenemos partes de nuestros cerebros que están diseñados a responder puramente a señales no verbales de otras personas…Está en la manera en que nuestro rostro se ubica, nuestra configuración fácil va hacia enfrente, mirando a la gente… Tenemos un aparato sensorial en nuestra piel que está hecha para ser tocada… Para que entonces nos podamos sentir acariciados.”

Estas caricias nos permiten desarrollarnos y madurar en un medio ambiente dedicado a cuidarnos, protegernos y nutrirnos. No obstante, actualmente una sola persona se encarga de cuidar a seis niños; cuando anteriormente, se trataba de un grupo multigeneracional (una multifamilia) de 40 a 50 personas para cuidar a un niño. Aunado entonces a que una persona pasa alrededor de once horas al día interactuando con dispositivos digitales, objetos sin calidez humana; lo cual provoca una constante desconexión tanto con el contacto social como con el encuentro empático del recibir y dar amor.

Ante este creciente problema que está afectando a las generaciones más jóvenes, un preescolar en Seattle (EE.UU.) decidió tomar riendas para prevenir las consecuencias psicoafectivas de esta desconexión emocional. Se trata de una escuela, llamada Centro Educativo Intergeneracional, que funciona dentro de una residencia para ancianos; de modo que tanto los mayores como los menores pasan tiempo juntos aprendiendo uno de los otros.

 El CEI es un preescolar para niños desde seis semanas hasta cinco años, quienes interactúan con los 400 residentes de Providence Mount St. Vincent: “cinco días a la semana, los pequeños y los residentes se reúnen para hacer diversas actividades: bailan, escuchan cuentos, hacen música y arte o simplemente comparten tiempo juntos.”

Gracias a estos programas, las personas adultas mayores ganan autoestima, disfrutan de las risas y la alegría de los niños; mientras que los pequeños aprenden a aceptar a las personas con capacidades diferentes, promoviendo el apoyo a personas que lo necesitan, así como a comprender el proceso de envejecimiento como parte de un desarrollo normal de la vida. Estos son los resultados, se los compartimos: