“Mi bebé me odia”, la anécdota de un padre cuidando a su recién nacido

“Mi bebé me odia”, la anécdota de un padre cuidando a su recién nacido

Lo abrazo. Grita. Lo dejo en la cama. Grita. Cambio sus pañales. Grita. Le doy una botella. Grita. Lo arrullo. Grita…

La primera vez que se cuida a un hijo es intensamente caótica. Intentas ser tolerante con los cambios de rutina y con la nueva dinámica de comunicación que existe entre tu hijo recién nacido y tú. Sin embargo, a pesar de la disponibilidad, la constancia y el deseo como padres para comprender (y ayudarle a comprender el mundo) a esta criatura, hay ocasiones que la desesperación nos conlleva a la tristeza y frustración.

Los llantos frecuentes de un bebé pueden lograr que un adulto “tire su casa por la ventana”, e inclusive pensar que nuestro hijo nos odia… En especial si nuestro mundo nunca estuvo rodeado de bebés recién nacidos, como suele suceder en el caso de muchos padres (hombres) primerizos. Ellos deben aprender a tomar el cuidado para acercarse a su bebé, a pesar de tener esta ligera discapacidad paternal asociada con la falta de un desarrollo social al respecto…

El psicoterapeuta y profesor universitario, Israel Castillo explicó en una ocasión que él, rodeado desde pequeño de puras conductas ciertamente masculinas, no sabía cómo acercarse a sus hijas recién nacidas.

Por lo que decidió convertirse primero en un observador de ese vínculo entre su esposa y su hija, mientras tanto él se encargaba de la logística del hogar. Y hasta que él pudo descubrir ese secreto, la manera en que se generaba ese afecto femenino, empezó a recrear los patrones que su esposa le había enseñado a través de sus prácticas cotidianas con sus hijas. 

Sin embargo, el proceso puede ser doloroso y desesperante si no tenemos la paciencia y el interés de comprender este fenómeno de adaptación. Lo bello de esto, es la capacidad de volverlo a intentar en conjunto… O al menos, esa fue la perspectiva de Stuart Heritage, escritor de The Guardian y un padre que cuenta su experiencia como tal:

“Mi bebé no me odia. Paso la mayor parte del sábado repitiéndome eso. No te odia. No te odia. Él actúa como si te odiara, pero no lo hace. Es un bebé. Ni siquiera ha desarrollado un estadio de permanencia. No puede odiarte. El concepto de odio es ajeno a él. No lo tomes personal. No te odia.

Sin embargo, parecía que me odiaba. Parecía que me odiaba y demasiado. Este pequeño, curioso, plácido y hermoso bebé que conocí se transformó en esta sirena ensordecedora, morada y rígida que intenta destruir mi mundo entero con el sólo poder de su voz. Sus ojos y sus puños se aprietan. Su rostro es venosa. Sólo avienta y grita, chilla como si quiera vomitar su propia alma. Y nada de lo que intente hacer podrá cambiar eso.

Lo abrazo. Grita. Lo dejo en la cama. Grita. Cambio sus pañales. Grita. Le doy una botella. Grita. Lo arrullo. Grita. Lo mezo. Grita. Cierro mis ojos y ruego porque alguno de mis ancestros coalesce todos sus conocimientos de siglos y me transmita el poder de curar al mundo del sufrimiento. No lo hacen. Él sigue gritando.

Entonces mi esposa llega del cuarto donde ha intentado trabajar, lo carga. Él se queda dormido inmediatamente dormido en sus brazos. Ella le da la espalda. Grita. Lo vuelve a cargar. Vuelve a dormir. Tú intentas no tomarlo personal.

Intento verlo de manera objetiva, notando todas las veces cuando yo hice que él dejara de llorar sencillamente – pero en la cara de la furia, eso parecía disminuirse a la nada. Estaba cansado. Tenía dolor de cabeza. Mi espalda dolía por estar permanentemente contorsionado en cualquier posición agonizante que pudiera calmarlo. El final de la cuerda estaba tan lejos. De hecho casi olvidaba lo que era ese final. Quería trabajar en Buzzfeed, así que pensé en escribir un artículo con los 48 tipos de gatos que me hacían sentir nostálgico al final de mi caos. Ocho y media semanas después, simplemente desapareció ese deseo. Me sentía en el fondo.

Lo que realmente me mantuvo fue la impotencia. No puedes razonar con un bebé. No puedes pelear con un bebé. No puedes hacer un berrinche a un bebé. Un bebé simplemente es. No importa si eres un hombre adulto o que seas perfectamente capaz para argumentar, o que puedas armar todos los muebles, o que el banco confíe lo suficiente en ti para brindarte la responsabilidad de una tarjeta de crédito. Cuando un bebé llora, todo se va por la ventana. Si no puedes calmarlo, la impotencia del momento seguramente te agobiará.

La única cosa con la que puedes contar es el hecho de que no es personal. Tu bebé está llorando, pero él no te está llorando a ti. Seguramente él llegue a odiarte en algún momento – cuando intentes besarlo a sus 14 años en frente de la puerta de la escuela, y sólo hasta entonces notarás lo que el verdadero odio es – pero ahorita sólo se trata de manejar con una nueva información a cual él se está acostumbrando. Es difícil, pero pasa…

Esto sucedió un día en la tarde, y fue glorioso. Cuando la casa se inundó de silencio y, dentro de la calma, me reí con algo que pasaron en la televisión. Y él me sonrió de regreso. Una verdadera sonrisa. Una rara, deforme y reactiva sonrisa que no tenía nada que ver con el viento. Fue la primera vez que él sonrió. Estaba feliz y él quería que yo lo supiera. Mi bebé no me odia. Qué progreso.”