Al querer tener niños felices pasamos por alto muchas veces la reflexión acerca del significado de la felicidad… ¿Qué hace realmente feliz a un niño?
¿Niños felices o niños conscientes? Tengamos los dos…
Vivimos momentos en los que la inmediatez se ha vuelto un ingrediente en casi todo lo que nos rodea haciendo que se vuelva para muchos una forma de vida. Así, la vida transcurre no solo con prisa y apuro, sino también bajo el paradigma de que las cosas y los logros tomen el menor de los esfuerzos, lo queremos obtener todo rápido y esa manera de ver y de hacer las cosas se transmite a las nuevas generaciones: los niños.
Si preguntamos a los padres que quieren en general para sus hijos, la gran mayoría de ellos contestan (también de manera inmediata), “felicidad”, “niños felices”, “que mis hijos sean felices” y claro que yo también quiero lo mismo, pero esta cultura de la inmediatez nos hace querer lograrlo también de una manera urgente y esa felicidad que proporcionamos a veces es breve, es decir; dura un tiempo muy limitado porque en nuestro afán de dar felicidad no pensamos a largo plazo, no estamos conscientes de lo que hacemos y decimos y esa falta de consciencia nos afecta a nosotros, afecta nuestro entorno y por supuesto afecta a nuestros hijos.
Al querer tener niños felices pasamos por alto muchas veces la reflexión acerca del significado de la felicidad… ¿Qué hace realmente feliz a un niño? Cada quién tendrá sus propias respuestas a esa pregunta, pero el tema es que la felicidad en sí misma no debe ser un objetivo en la crianza, debe ser, desde mi punto de vista una manera de vida. La felicidad como muchas otras situaciones alrededor de nuestra vida no se alcanza, simplemente es y existe y también se elige. La felicidad como el amor, la paz interior y la calma, por ejemplo; son y están en los seres humanos, no es necesario crearlos, sino simplemente elegirlos. Responder de manera inmediata a lo que piden los niños para hacerlos o mantenerlos felices, muchas veces nos hace errar el camino durante nuestra crianza.
Los padres debemos de conocer y en su caso de reconocer lo que es mejor para nuestros hijos, aún cuando ello no represente el ideal de la felicidad. Si nosotros reflexionamos de manera consciente acerca de las decisiones alrededor de la crianza, será algo que nuestros hijos observen y eventualmente aprendan.
Me parece importante pensar que no siempre podremos satisfacer a nuestros hijos plenamente en sus necesidades, y no solo me refiero a lo que ocupen de manera básica como alimento, educación o sustento, sino también a lo que puede ser no tan básico y que como niños puedan llegar a desear: un juguete, visitar un lugar, tener ciertas actividades y más allá de lo básico o necesario, las cosas que en el día a día nos pide un niño. En este diario actuar es cuando caemos en la práctica casi automática de querer resolver cualquier cosa de manera inmediata sin mayor reflexión, lo que pide un niño es dado por nosotros los padres para hacerlo feliz, pero repito, esa respuesta rápida no da felicidad, lo que da muchas veces es inconsciencia. Para aclarar mi punto refiero algunos ejemplos: el niño o la niña pueden querer ver mas televisión, o dormir más tarde, o dormir menos por la noche, o quedarse mas tiempo fuera de casa, o comer mas dulces, etc., y nosotros podemos llegar a acceder en situaciones que no los pongan en riesgo y que consideramos negociables, pero el tema es que si no reflexionamos un poco cada vez que damos al niño lo que pide y analizamos si lo que pide le hace bien, ahora y en el mediano y largo plazo, no siempre estaremos tomando la mejor decisión en su favor
Yo no pretendo definir ni enseñar cual es la mejor manera de criar a un niño. Lo que pretendo es reflexionar sobre los tiempos con los que resolvemos nuestras situaciones de crianza alrededor de nuestros hijos. Nuestra cultura nos ha ido transmitiendo que lo que toma tiempo es aburrido, resulta poco atractivo dedicar “tiempo” a las cosas en general: a leer, estudiar, aprender e incluso a hablar, las personas ahora tenemos todo rápido al alcance de un click en un dispositivo electrónico, ya no hablamos, mejor enviamos un texto, todo es rápido: la comida, el sueño, el saludo, la despedida (si los hay), llegar, irse, escuchar, conversar, todo lleva prisa, nuestras frases llevan la velocidad impresa…
Pero más rápido no siempre es mejor. El exceso de velocidad en la crianza nos lleva incluso a comparar el desarrollo de nuestro hijos con el desarrollo de otros niños y se escuchan las conversaciones entre los padres sobre a qué edad el niño hizo tal o cual cosa, o sobre cuanto tiempo le toma hacer cierta actividad, o cuantas veces ha hecho o dicho otras tantas cosas; y así todo es medible y así nos creamos parámetros sin fundamento para determinar que incluso el desarrollo de los niños es normal o no y la prisa está ahí, acosándonos, anestesiando nuestra consciencia, nuestra reflexión: nuestras respuestas inmediatas se vuelven casi siempre un “SI”, sin explicaciones o con demasiadas explicaciones porque queremos hijos felices… ¿Acaso eso no nos hace buenos padres y además de manera rápida?
Yo lo que sugiero es practicar la paciencia, la calma, la reflexión, no hablo de meditar cada cosa a decidir de manera profunda y filosófica todas las veces, pero si al menos darle dos pensamientos cada vez. Yo hablo de actuar y de criar en consciencia a nuestros hijos reconociendo que cada uno de ellos es único e irrepetible, reconociendo y estando seguros de que cada uno de nosotros somos los expertos en nuestros propios hijos, no somos expertos en todos los niños o en todos los jóvenes y sus diferentes temas, somos expertos en los hijos que tenemos, los conocemos mejor que nadie, sabemos lo que es mejor para ellos, los haga felices o no de manera inmediata. Y esto es lo que da bienestar, seguridad, calma y sentir todo esto se traduce en amor, en felicidad como un estado, no como un objetivo. Si aplicamos esta forma de pensamiento a nuestras acciones cotidianas tendremos niños felices y tendremos también niños conscientes, que sean capaces de identificar eventualmente lo que es bueno o no para ellos, les guste o no, capaces de elegir y preferir lo que les haga bien, aún cuando les tome mas tiempo, o mas esfuerzo, o mas dedicación; estaremos formando personas que sepan que las cosas toman tiempo y que todo requiere de un hacer, de un dar, de un agradecer y que no solo se trata de recibir por el simple hecho de creer que lo merezco. Cambiar esta forma de pensamiento es cuidar a los niños y amarlos desde la conciencia de lo que es “bien estar” para tener “felicidad” y que tanto padres como niños lo vivan y lo experimenten desde la consciencia.
Ser padres no es sencillo, ser hijos tampoco lo es, pero el aprendizaje es mutuo y nuestros hijos nunca serán mas pequeños o más jóvenes que el día de hoy y así cada día que pasa, entonces soltemos la mano de la prisa y tomemos la mano de nuestros hijos sin apuro, recordemos que alguna vez fueron una pequeña semilla y que al igual que cualquier planta necesita tiempo para crecer, fortalecerse y dar frutos. Tomemos tiempo cuando se trata de criar: si, queremos hijos felices, pero también queremos hijos conscientes.
Karla Lara
Twitter de la autora: @KarlaDoula